Yo tenía reunión en Barcelona. Helena llego un vienes,
llevaba en Mungia sábado y domingo, y la
tarde de ese domingo, su amatxu se marchaba. Le expliqué que iba a trabajar,
que al día siguiente por la noche regresaba a casa, pero la despedida fue
terrible.
Esa mirada al infinito me mataba. Los tres me acompañaron al
aeropuerto y cuando les dije adiós, ella se separo del grupo y comenzó a
llorar.
Magu me miraba, él ya sabia lo que iba a pasar, yo también
iba a llorar.
-Aguanta, cariño, si tu lloras, esto va a ser peor.
-No puedo aguantar- yo también miraba al infinito.
-Amatxu, no llores. Estate tranquila, no te preocupes- me
decía Alejandra. Era y es un amor, ella quería que nos calmásemos todos. Claro,
la siguiente en llorar......iba a ser ella.
Abracé a todos y dejé a Helena en brazos de mi marido,
llorando sin parar, en silencio, que todavía duele más.
Subí al avión llena de angustia. Esa madre que llevo dentro
había dejado abandonadas a sus crías, aunque estuviesen con el jefe de la
manada. Helena le miraba con recelo, y todavía no se acercaba a el con
confianza.
Habíamos apuntado a las niñas al programa de Enjoy English
de la Ikastola
de Alejandra. Ese lunes de mi abandono, era el primer día para Helena. Antes de
mi marcha, ya se lo habíamos explicado, iba ir al cole de su hermana, con ella,
a jugar con otros niños mientras hablaban solo en inglés.
Ghana había sido colonia inglesa, así que Helena, en
realidad, no necesita clases de ingles, pero pensamos que era una manera de
integrarse con el resto de los niños. Nos pareció que podía ser bueno, ella
sabría más que las demás y podría
divertirse jugando en su idioma.
Os recuerdo, que yo estaba en Barcelona.
A las 8,30 h me llamo mi marido. Estaba desesperado, el
ayudaba a Helena a vestirse. Había cumplido 8 años en junio, podría hacerlo
sola, pero todavía seguía triste y apática. En cuanto Magu se daba la vuelta,
ella se desvestía y se sentaba en la alfombra. El no sabia inglés, ella no
sabia castellano y Alejandra tampoco podía, entonces, ayudar mucho. Helena ya
se había quitado la ropa tres veces y el no podía mas, tenía que llevar a las
niñas al cole y asistir a una reunión importante a la que no podía faltar.
Me pidió ayuda, así que hable con Helena y le volví a explicar
el plan, haciéndolo lo más atractivo posible. Le pedí que se vistiera y que
hiciese caso a su aita. No habían pasado diez minutos y mi marido llamo de
nuevo.
- No puedo mas, ya no se que hacer.
- Pásamela-le dije.
No puedo reproducir por escrito los gritos que le di. Estoy
segura de que eso le confirmo que le había tocado, no ya una familia, pero si
una madre un poco bruja. Le dije que si no se vestía y se metía en el coche de
su aita para ir al cole, no iba a haber ni comida, ni merienda, ni cena, ni
nada. Por supuesto, no pensaba cumplir mi amenaza, pero de verdad que todos
estábamos desesperados.
No quiso desayunar, pero una vez dentro del coche, se debió
de dar cuenta de que aquello iba en serio y de que no comería nada hasta el medio día. Vio unos restos de
patatas fritas del viaje del sábado y, ni corta ni perezosa, ¡Se los desayuno!
Le debieron saber a gloria bendita, porque no protesto.
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